jueves, 23 de marzo de 2017

La diosa de las nubes (si es posible, escuchar la obra del link bajo el texto mientras se lee)

Mi padre pintó un cuadro de su madre con un fondo de nubes. Desde pequeña, siempre que miraba a las nubes me imaginaba a mi abuela, sonriéndome desde el cielo, con la cabeza ligeramente inclinada. Pero sólo si el cielo estaba azul intenso y las nubes eran blancas. O blancas y rosas. O blancas, rosas y naranjas. O naranjas y blancas. Mi abuela no me miraba desde los cielos grises, porque, sencillamente, no estaba ahí.
Puede que le gustara la lluvia, pero por mucho que se hubiera empeñado en abrazarse al medio camino hacia la ausencia de color, el negro de sus ojos estaba hecho para reflejar colores.
Mi abuela murió cuando mi padre tenía 25 años. No pude verla, tocarla. Ni siquiera pude oler su perfume de rosas sin espinas, mi padre se pinchó cuando se fue. Está en un cuadro. Tampoco su pintalabios fucsia de Margaret Astor, que tanto recuerda mi tía. Al menos ahora sé que vuela libre con los ojos pintados de arcoiris.
Mientras escribo esto, esporádicamente, me emociono. Puede que ayude que el concierto para piano no 2 de Shostakovich esté andando por mis oídos. Pero yo pienso que me está leyendo, la mente, el alma, estas palabras, y está intentando llorar a través de mis párpados. ¿Cómo, si no, comunicarnos? ¿Acaso alguien a quien nunca has tocado siquiera puede hacer génesis de un manantial salado?
Es ella, estamos hablando.
Quizá me llaméis absurda. Quizá idealizamos lo que no conocemos. Pero mi abuela me cuidaba desde el cielo. Y por no conocerla, siempre será mi diosa de las nubes.